En el año 1973
el mundo quedó horrorizado con el estreno de una película que marcaría un hito
en el cine de terror y redefinió su género: “El Exorcista”. En ella se relata
la posesión diabólica de Regan MacNeil, una niña de doce años, y del exorcismo
al que más tarde fue sometida por el padre Lankester Merrin.
En la cinta, este
sacerdote tuvo que enfrentar las fuerzas demoniacas que azotaban a la pequeña y tuvo que enfrentar las dudas que esta
situación generaba con respecto a su fe, la que sucumbía ante el poder de la
entidad que combatía y que lo hacía sentirse solo y desamparado por el Dios en
el que él creía y bajo el cual buscaba refugio.
Algo que no
escapa a lo que nos sucede cuando el miedo nos invade, ya que muchas veces
cuestionamos la fe que profesemos y nos hace sentirnos solos y vulnerables ante
el ataque de cualquier enemigo que se muestre poderoso u oculto, que escapa a
nuestro control y nos hace cuestionar nuestras más profundas creencias.
El padre
Merrin simboliza a todos aquellos que temen a lo desconocido y que, sin
importar los parámetros que la ciencia o la razón imponen, temblamos ante lo
que nos resulta oscuro, demoniaco y paranormal; al sentir que no podemos
dominar a lo que, de una manera u otra, escapa a nuestro control y que nos
resulta incierto y desconocido.
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